jueves, 3 de octubre de 2013

UN PEZ EN MI JAULA

Abrí los ojos y vi que estaba encerrada en una oscura jaula.
No sé en qué momento determinado llegué o cómo entré en ella. Sólo sé que es donde vivo cobijada desde entonces.
Al principio, totalmente desorientada, revoloteaba alrededor de ella intentando encontrar un hueco por donde evadirme. Pero pronto me cansé.
La jaula en la que resido, no es una jaula corriente. No tiene barrotes, ni pasa apenas luz a través de ella. Tiene, tan sólo, una pequeña ventanuca que ya no abro nunca, porque siempre que la abría, me miraba la luna burlona para recordarme mi desdichado destino. Y un día cerré la ventana para que no entrase ni un ápice de luz, pues a pesar de ser tenue a mí me parecía cegadora.
Poco a poco me fui acurrucando en un rincón frente a ella y decidí instalarme allí mirando al infinito mientras mis ojos ya cansados de soportar tantas tormentas y mares, esperaban resignados un perdido e iluso amanecer soleado. Y así se fueron cerrando hasta que sólo encontraron oscuridad.
Mis manos, tiempo atrás, parecían tener vida propia porque eran hábiles y juguetonas. Se extendían y acariciaban cualquier pétalo de rosa. Pero tantas espinas las adormecieron, y ahora, ya ni siquiera las rozan.
Mi cuerpo, débil y casi incoloro, se encogía y marchitaba más y más en cada nueva tormenta.
Cada cierto tiempo, entre la penumbra, parecía haber crecido en el rincón una florecilla. Me asomaba dudosa y la observaba, pero siempre se trataba de musgo o mala hierba.
Una tarde, se asomó un pequeño pececillo. Al principio apenas le presté atención, pero al cabo de un tiempo mis dedos ya ásperos de tocar suelo, toparon con él y sin poder remediarlo me guiaron hasta su cuerpecito. Levanté la vista, que luchaba de nuevo, inundada por enfurecidos mares, y sin saber por qué, esbocé una sonrisa.
¿Cuánto llevaba allí? Demasiado para poder levantarme de un salto, tanto, que no pude ser optimista ni un solo instante.
Pensé si el encierro no me estaría volviendo loca. Si no sería más que el fruto de mi perturbada mente, jugando conmigo de nuevo a buscar la razón.
El pez terminó de colarse por completo dentro de mi jaula y pude verle entonces más nitidamente.
Era un espécimen curioso ¿Cómo era posible que pudiese respirar fuera del agua?
Era adaptable, no eso no cabía la menor duda, además de ser brillante y de colores variables.
Me sorprendí más aún cuando me saludó y acto seguido comenzó a dar saltitos de un lado a otro, como si se tratase de un baile o un ritual de agradecimiento. Creyendo quizás que había encontrado algo que buscaba hace tiempo.
Aparecía y desaparecía a su antojo y conveniencia, eso sí, siempre optimista.
Los primeros días sólo me movía la curiosidad. Yo, le observaba cuando entraba, y se quedaba tan sólo unos instantes antes de volver a desaparecer.
Pasado un tiempo y sin tener conciencia de ello, nos habíamos convertido el uno en la complicidad del otro, y desde que entraba hasta que se iba, su fosforescente color iluminaba graciosamente la jaula. Era inalterable, siempre con la misma alegría y gracia.
Yo, tirada en mi rinconcito, esperaba impaciente que me contase historias de ese mundo del cual se escapaba hábilmente cada día para colarse en mi oscura jaula.
Su voz siempre sutil, me hacía sentir que mis pétalos de amapola, embellecían cual pétalos de rosa.
 Me hacía soñar con su calma constante, me persuadía para abrir de nuevo la ventanuca, repitiéndome constantemente que también había estrellas en el firmamento y no sólo la loca luna.
En ese comienzo de nuestras vidas, me contó, que vivía en un gran acuario dónde compartía su vida con otros pececillos. Algunos eran grandes y violentos y otros más cercanos y delicados, tanto, que un solo mal roce les podía  dañar.
Cuando me lo explicó, imaginé que simplemente lo hacía por contarme algo más de su existencia, pero con el tiempo comprendí que implicaba mucho más que eso. Era una clara advertencia, el aviso de dónde estaba el límite de los sueños, la barrera que jamás me sería permitido cruzar. Eran a fin de cuentas, SU VIDA.
En los momentos que no estaba, mi jaula parecía achicarse hasta el extremo de asfixiarme y otras hacerse tan grande y oscura, que el silencio y el vacío lo llenaba todo hasta aplastarme. En esas horas, de esclavizada libertad sin él, solía dormir intentando inútilmente colarme en algún maravilloso sueño y permanecer en él. Pero mis intentos, siempre frustrados, me desesperaban aún más.
Era sorprendente la manera, que tenía aquel pez, de ver la vida, el mundo y cómo se comportaba dentro de él.
Aprendí a analizarlo mientras me relataba sus actividades cotidianas, en las cuales solían estar presentes dos pececitos y un embravecido tiburón.
El primer protagonista de sus relatos era un pez de color verde pálido y en apariencia extraordinariamente frágil. El otro, no menos importante, era más pequeño aún, de color lila y considerablemente más curioso e inquieto que el anterior.
Cuando los traía hasta mi jaula y se asomaban junto a él, me sentía terriblemente herida sin saber exactamente por qué. En realidad eran todos encantadores, siempre amables y educados, pero aun así, cuando hacían acto de presencia, mi jaula a mis ojos adquiría el aspecto de un hormiguero recogiendo azúcar.
Nuestros programados encuentros se transformaron en obligadas citas para aplacar nuestras mentes y nuestros corazones. Yo, como vulgar florcilla que soy, nada tenía que hacer en ese mundo exterior del que tanto me hablaba.
Con el paso de los días fui dejando de mostrarle cual había sido mi vida hasta que me habían encerrado en esa jaula. Y  cuanto menos hablaba yo, más lo hacía él.
“Soñar es gratis”, me repetía mientras me miraba con sus ojos tintineantes, los cuales casi nunca me dejaba ver de frente. Y seguía…
“Sonreír te llena de vida, amar te proporciona ilusión y amarse a uno mismo felicidad”
Ciertamente él conocía perfectamente mis carencias. Y aunque intentaba ayudarme, sus palabras me caían como mazazos en la mente, dejándome totalmente aturdida.
Él, nunca llegaría a sentirse como yo. Nunca estaría perdido en el vacío y jamás caminaría por el sendero de la soledad. Entonces ¿Para qué intentar hacerle comprender nada?
Acababa de marcharse y plegué como cada noche mis pétalos en mi rincón. Estaba cansada, pero antes de dormir recordé lo que me había dicho tiempo atrás del firmamento. Levanté la vista y la dirigí a la ventana con cierto recelo. Me acerqué a ella y comencé a abrirla.
Llevaba tanto tiempo sin hacerlo, que comenzó a chirriar como si fuese un bebé enojado. Y cuando terminé de abrirla miré a través de ella y no vi ninguna estrella, ni nubes, ni soles. No vi ese mundo maravilloso que ya no recordaba porque parecía que se me había negado sólo a mí. Tan sólo permanecía expectante de mis movimientos esa grotesca luna que me gritó al verme “¿Qué haces aún ahí? Vete al mundo de las mariposas blancas ¿No crees que has aplazado ese viaje demasiado tiempo ya?”
Cerré de golpe y corrí a refugiarme en mi rinconcito donde comencé a llorar desconsolada. Me sentía tan decepcionada y engañada, que hasta mis pétalos perdieron su color.
Fue entonces cuando me di cuenta de tantas cosas que había intentado negarme a mí misma todo ese tiempo. No había para mí nada aparte de mi jaula. No se me permitiría nunca ser feliz, ni hacer realidad ningún sueño, tan sólo me quedaba encontrar el mejor momento para emprender el único viaje que me estaba permitido. La luna maldita tenía razón, el país de las mariposas blancas me estaba esperando.
Tapé el agujerito por donde mi delicado pez se colaba cada día. Sé que incluso le golpeé al hacerlo. Sé que intentó desesperadamente volver a abrirlo en vano y el dolor que esto le estaba causando. Sin embargo el tiempo me daría la razón y dejaría de intentarlo. Olvidaría el camino hasta mi jaula y terminaría olvidando el color de mis pétalos como un vago recuerdo totalmente difuminado.
Él, volvería a su acuario, a vivir como lo había hecho hasta encontrarme. Ahogando sueños, viviendo tristes realidades, pero a fin de cuentas su mejor manera de existir.
 El mundo y sus ideas así se lo habían impuesto.
Llegué a una conclusión. No pertenezco a este mundo. Un mundo donde no importa el corazón ni los sentimientos, porque la materia se impone al resto.
Mi pececito, al que tanto quise, jamás supo de mis sentimientos.



































miércoles, 30 de marzo de 2011

De nuevo aqui

Estoy aqui de nuevo para presentar mi nueva novela "Como migas de pan en el suelo" a la gente que me sigue, y aquellos que pasen aunque sea por casualidad por mi blog.
Agradecer asimismo a quienes la han comprado. Gracias de todo corazón.
Como migas de pan en el suelo (sueños de papel)
http://www.amazon.es/Como-migas-suelo-Sueños-Papel/dp/8492826126

lunes, 28 de marzo de 2011

Todo y nada, arriba y abajo, contenta y triste.

Creí en el amor, me entregué quizás precipitándome, me lancé al vacío de su corazón pensando que podría llenarle, pero... Buff, que tortazo me dí. A día de hoy me pregunto si tiene corazón o no, si siente realmente o no, si sabe lo que es amar o simplemente hacer sangrar.
No sé, me llena de confusión, de sentimientos contradictorios, de desolaciones y aún así sigo ahí; intento apartarme pero mi corazón es estúpido, irracional, sordo y ciego y vuelve al mismo punto de partida.
Creí en el amor, pero ya no sé qué es.

martes, 23 de noviembre de 2010

ABRÍ MI CORAZÓN. NO ME BUSCASTE, NO TE BUSQUÉ, LLEGAMOS AL MISMO TIEMPO.

Caí ¡Sí!, caí en el vacío, en la oscuridad de la locura emocional, en los desesperos de la estupidez y la sinrazón.
Caí, de nuevo caí en ese sin sentido, en ese mirar hacia unos ojos que me atrapan sin hablar, en esa profundidad que me llena tanto de sentimientos.
Caí, pero... Luchando contra mí, contra los pronósticos, los celos, las rabias contenidas de amores pasados que me desgarraron el alma... Te miré de nuevo a los ojos y comprendí que el amor es así, a veces egoista, irracional, a veces maravilloso, pero siempre TÚ.
Caí pero esta vez me sonreíste y queriendo estar a tu lado... me levanté.
Quiero sentirte en mí. TE QUIERO" MI QUIQUIN."

PORQUE LA VIDA TIENE SENTIDO JUNTO A TI. " MI QUIQUIN"

Un sms no esperado, un grito de desesperación, un dolor reconocido.

A tí, desconocida. A tí, que no sé cómo suena tu voz. A tí, que no sé cómo te llamas, pero que siento tu dolor, tu desesperación, tu impotencia, que sé cuanto duele tu corazón, sólo puedo decirte... Estoy aqui, apoyate en mí si lo necesitas, no dejes que tu vida sea una muerte lenta porque alguien decidió hace tiempo hacerte infeliz ¿Que tienes pocas salidas me dijiste? Siempre hay tiempo para abrir las alas y protegerte de la lluvia ácida que te lastima el alma, de los granizos que te apedrean el cuerpo, del viento que te magulla el corazón. Abre las alas, coge por el pico tu polluelo, aléjate y dile adiós a tu dictador.

viernes, 2 de julio de 2010